Parada ineludible. Las gasolineras, un oasis de hidrocarburos en medio del asfalto. Me cuesta entender a los conductores que repostan sin descender del vehículo. Entregan las llaves del vehículo al operario y se abandonan enclaustrados en su habitáculo.
A mí no. Que no me quiten la manguera incrustada en el depósito, el paseo por los estantes ojeando las garrafas de aceite, las portadas de revistas y las bagatelas sobre las estanterías. Solo echo de menos los expositores de casetes… Cosas de la edad.
La atracción por las gasolineras no es una rareza personal. El cine está inundado de litros de combustible. Escenas inolvidables se han filmado entre surtidores.
En ‘Los pájaros’ (1963), de Alfred Hitchcock, las aves expresan su inquina hacia los humanos en una estación que acaba saltando por los aires ante la mirada atónita de Nathalie ‘Tippi’ Hedre.
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Por cierto, la explosión de surtidores es un recurso típico del cine sin correspondencia en la vida real. Si tiras una colilla en una lata de gasolina, lo más probable es que se apague igual que si cae en un cubo de agua. La gasolina necesita un foco de ignición relativamente elevado para empezar a arder. Eso no es óbice para que los directores insistan en las deflagraciones, como sucede en ‘Robocop’ (Paul Verhoeven, 1987) o en ‘Dos tontos muy tontos’ (Hermanos Farrelly, 1994).
Al margen de los estallidos, las estaciones de servicio han sido el escenario de momentos desternillantes (‘Zoolander’, Ben Stiller), libidinosos (‘Corazón Salvaje’, David Lynch), trepidantes (‘Need for speed’, Scott Waugh) o, sencillamente, de otro planeta (‘Monsters’, Gareth Edwards).
Sin embargo, si tengo que elegir una secuencia, me quedo con ‘No es país para viejos’ (Hermanos Coen). Anton Chigurh es uno de los asesinos más fríos y despiadados que recuerdo. Javier Bardem encarna a un psicópata que reduce la vida de los demás a un juego de azar. Una moneda lanzada al aire. Cuando Chigurh entra en la desértica gasolinera de Texaco se desatan dos minutos inolvidables.
La angustia se propaga del propietario de las mangueras al espectador.
Anton Chigurh (Javier Bardem):
“¿Qué es lo máximo que ha perdido a
‘cara o cruz’?”
Dependiente:
“¿Qué?” […]
(Anton lanza una moneda al aire, y la
tapa con la mano…)
Anton:
“¡Elija!” […]
Dependiente:
“No he apostado nada”.
Anton:
“Sí, lo ha hecho. Se ha apostado usted
la vida, pero no lo sabía. ¿Sabe de qué
año es esta moneda? […]
(Anton levanta la mano descubriendo la
moneda)
Anton:
“¡Enhorabuena!”
Por una vez, el contrincante de Chigurh escapa de la muerte. ¿Entienden por qué me gustan las gasolineras?