La importancia de la salud mental: mindfulness

La salud mental es un tema preocupante hoy en día. Por eso, nuestro compañero Miguel Manso se adentra en el mundo de la salud mental a través del Mindfulness para descubrirnos qué y cómo podemos hacer para mejorar día a día.

Mindfulness. Esta palabra se ha colado en las aulas de las universidades y también en las conversaciones de barra de bar. Actores y deportistas se confiesan adeptos a cuidar la salud mental. ¿Una moda más? Para sus apóstoles representa la fórmula mágica para recomponer sus vidas. A otros les suena a psicología de mercadillo. Para arrojar un poco de luz, lo mejor será probarlo uno mismo. Si lo pienso bien, cumplo como prototipo de conejillo de indias. El estrés me come por los pies, me despierto antes que el lucero del alba y, de un tiempo a esta parte, mi estado de ánimo vive en el sótano.

Para introducirme en el mindfulness o, con otras palabras, en la meditación y así mejorar mi salud mental, recurro a la experta y terapeuta Rosa Rebollo, quien imparte talleres tanto para iniciados como para principiantes en Palma de Mallorca. Rosa desnuda el mindfulness ante mí.

Su práctica, me cuenta, arranca en los años setenta del siglo pasado. El profesor Jon Kabat-Zinn, de la Universidad de Massachusetts, descubrió los beneficios de la meditación budista sobre los dolores crónicos, el estrés y la depresión. Kabat-Zinn despojó la meditación del componente religioso y creó un protocolo para su práctica. Estudios posteriores han ensalzado sus virtudes en la prevención de enfermedades cardiovasculares y del sistema inmunitario. El marketing ha hecho el resto. “En vez de meditación, se ha buscado un término que no suene a secta ni a gurús”, reconoce Rosa.

El mindfulness, atención plena o meditación ha irrumpido con fuerza. “Consiste en estar atento al momento presente, tanto en lo que acontece en mi interior como fuera”, dice. Si Uma Thurman o Pau Gasol lo practican, ¿por qué no yo? Con que me vaya la mitad de bien que al jugador de la NBA, me doy por satisfecho.

la salud mental depende de muchos factores

LA POSTURA PERFECTA PARA MEDITAR

Empiezo la sesión. A mi lado se sientan sobre colchonetas mujeres y hombres de entre veinticinco y sesenta años. El grupo, de doce personas, es heterogéneo. Nos miramos de reojo. Comenzamos con tandas cortas de meditación de unos diez minutos. Imito la postura del chico más ‘pro’. Espalda recta, ojos entreabiertos, dedos índice y corazón unidos y piernas cruzadas en posición de loto. A mí me empiezan a doler las rodillas y la espalda a los cinco minutos. No consigo doblar las piernas como mi compañero más avezado, que parece un Buda pero sin tripa. Me siento acomplejado.

Rosa Rebollo me tranquiliza. “Si la molestia física lo envuelve todo, no merece la pena”, dice. Rosa resta importancia a los formalismos y me invita a seguir “mi propio camino”. “Olvídate del estereotipo de la meditación sobre un cojín a juego con la esterilla. Sentado en una silla es perfecto. Incluso tumbado, siempre y cuando no te duermas”, insiste. Ante el océano de dudas que me envuelve, me da unas cuantas pautas sencillas: “Postura digna, los pies en contacto con el suelo, boca suelta, rostro y vientre relajados, respiración abdominal por la nariz pero, si nuestros pensamientos se agitan, podemos hacerlo por la boca durante un rato”, enumera.

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Lo intento otra vez sentado sobre una silla cómoda. Esto es otra cosa. “Ahora puedo batir el Guinnes de mindfulness”, me digo ufano. A los cuatro minutos me siento como si tuviera un gato arañándome dentro del estómago. Me pica la nariz y, al rato, la pierna. ¡Quiero parar! No lo soporto. Mi cuerpo me boicotea. Rosa, al rescate: “No juzgues si lo estás haciendo bien o mal. No huyas de la sensación si resulta desagradable ni quieras que sea diferente. Date tiempo. Mucha gente se desanima porque entra con muchas expectativas y exigencias de resultados. Sé amable contigo mismo”, me recomienda.

la postura perfecta para meditar no es complicada

MENOS PENSAMIENTOS, MÁS SALUD MENTAL

Algunos libros sobre budismo equiparan la mente con un mono loco, que va dando saltos de un lado a otro, agitándonos. Aunque parezca mentira, tenemos cada día entre 40.000 y 60.000 pensamientos. En un continuo diálogo interno, las ideas se suceden de forma ininterrumpida. Tienden a repetirse una y otra vez de forma obsesiva. No ayudan a resolver los problemas, sino que los acentúan. Nos abocan a preocuparnos en exceso del pasado y del futuro, mientras caminamos de puntillas por el presente. Para calmar la mente hay varios caminos. Cada momento de la vida y la destreza que vamos adquiriendo nos indicará cuál es el más conveniente. Rosa Rebollo aconseja comenzar por una meditación basada en la respiración y, luego, continuar con la atención a las sensaciones corporales.

Otra práctica consiste en la observación de los pensamientos y los sonidos. En este tipo de ejercicio contemplamos los pensamientos como si los viéramos pasar ante una pantalla de cine, pero sin engancharnos a ellos ni entrar en diálogo. En la meditación más avanzada de todas no nos volcamos en un elemento concreto, es la consciencia de la consciencia. A grandes rasgos ya entiendo la teoría del mindfulness pero, cuando practico, me distraigo con facilidad. De repente, pienso en la lista de la compra o en la última bronca con el jefe. Pierdo el hilo. La cabeza echa a volar. Y claro, me enfado porque no lo estoy haciendo bien. “Trátate con amabilidad. Cuando eso te suceda, sin machacarte, vuelve a concentrarte en la respiración o en aquello que has elegido”, me sosiega Rosa.

Han pasado los días. Intento ser constante. Medito al levantarme o al irme a la cama. Algunos días dedico doce minutos, otros 25 y, a veces, se me olvida. Es pronto para decirlo pero, aunque todavía no estoy para protagonizar un anuncio de cereales, me siento mejor. La cabeza ya no funciona como una lavadora. La mente no actúa como una radio encendida todo el día. Y eso, ya es mucho.

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